por Carlos Pérez de Villarreal
Golpearon.
Sabía que vendría, pero no la esperaba tan pronto.
Con paso lento fui hasta la puerta, la abrí y allí estaba: ella.
Su pelo largo, lacio, azabache.
Su rostro pálido, de mejillas pronunciadas, realzaban los labios carnosos, rojos como el fuego.
Las manos blancas, de dedos delgados, moviéndose armoniosamente.
Enormes y rasgados ojos oscuros, de enigmática mirada.
Su vestido largo, negro, impecable.
Exquisita perfección.
Me deslumbró.
La hice pasar.
Me miró largamente y me dijo:
– ¿Vamos? Vine a buscarte.
– ¿Qué llevo?- le pregunté.
– ¡Lo imprescindible!- me contestó.
Lo imprescindible, pensé.
¿Qué sería?
Los buenos momentos vividos, el cariño de los míos, las emociones, la amistad, el amor…
Cuando salió, fui detrás.
Cerré la puerta y la seguí.
Ella, la muerte, aguardaba.
¡Y yo… con las manos vacías!
(*): Este relato forma parte del libro “Narrar… sigue siendo una aventura”, y fue finalista de varios certámenes literarios.